Los SUV están poniendo en serio riesgo el trabajo de las marcas por reducir sus emisiones de CO2. Estos contaminan más, al contar con un mayor consumo debido a su peso y una peor aerodinámica. Pero su gran porcentaje de ventas hace que dejar de venderlos pueda resultar la ruina para cualquier fabricante.
Entre 2010 y 2018, las ventas de estos coches pasaron del 17% de cuota del mercado al 39%, algo que los coloca como los segundos mayores contribuyentes al aumento de las emisiones globales de CO2, según la Agencia Internacional de la Energía (IEA).
En total, los SUV han provocado un crecimiento de 700 megatoneladas de CO2 anuales, una cifra que supera las emisiones totales de Reino Unido y Países Bajos juntos. Y la tendencia, por lo que vemos, es peor en los países desarrollados: más de 1/3 de los coches vendidos en Europa son SUV y en el caso de Estados Unidos, estas carrocerías acaparan la mitad del mercado.
En total, los SUV vendidos en la Unión Europea emiten un 14% más de CO2 que un compacto o berlina equivalente. Pero eliminarlos, tal y como está el mercado, sería un duro golpe para muchas compañías, que han visto como este tipo de coches han mejorado enormemente su economía.
De hecho, según un informe de Transport and Environment, el impacto de los SUV en el mercado desde 2013 ha tenido un efecto diez veces más importante en las emisones de CO2 que la disminución (o eliminación, en algunas marcas) del coche diésel.
Esto denota una falta de conocimiento total por parte de las administraciones. Porque muchas están abogando por eliminar el diésel e impulsar el vehículo eléctrico. Esto es positivo para la sociedad. Podrían imponer mayores impuestos, por ejemplo, para los SUV, ya que estos contaminan más que sus equivalentes. De esta manera, en España por ejemplo, podrían compensar este hecho eliminando el IVA para los coches eléctricos, como sucede en Noruega. Pero no parece que los tiros vayan a ir por ahí.